“STREETSCAPES [DIALOGUE]”, DE HEINZ EMIGHOLZ, POR PABLO ROLDÁN FERNÁNDEZ

Jun 27, 2018

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Nos preparamos para otro encuentro en el Talents. Por los rumores y por lo que se ha leído presiento que ahora nos toca un encuentro con la sala radical del festival, con el descubrimiento de los que están en la orilla del rezago. La actividad es un “caso de estudio”, que consiste en la proyección de una película que está exhibiéndose en el festival, donde tenemos la oportunidad de encontrarnos con el director y alguien más del equipo para discutir sobre el proceso de realización, finalización y distribución del film.

El turno fue para el alemán Heinz Emigholz, realizador que en la última Berlinale estrenó, al mismo tiempo, cuatro largometrajes (todos en este BAFICI). Emigholz es conocido por su trabajo en la onda experimental con arquitecturas y espacios. Su película Streetscapes [Dialogue] es una construcción de una profunda reflexión sobre aquellas nociones que lo han llevado a hacer el cine que hace, un cine, a priori, marginal.

Se apagan las luces y empieza a rodar la película, pasado los primeros cinco minutos se empiezan a escuchar los desertores, el estilo del alemán no es para nada tradicional y pretende hurgar en aquello que nos han vendido como cine. “No me interesa la ficción, no me interesan los personajes”, le dice el protagonista, un director de cine que evidentemente es una especie de alter ego del propio Emigholz, al que parece su analista.

La película es una elucubración bastante directa sobre el oficio cinematográfico y las dudas que abordan a quien hace la película cada tanto que se enfrenta a la función de construir un film, no de filmar, que considera una acción liberadora. En esa reflexión, que se construyó con base a las conversaciones que el propio director tuvo con su psicoanalista, se permite erradicar el miedo al chiste y a la burla sobre un oficio que está cada vez más distante de lo que Emigholz prefiere.

La asociación entre los edificios, las caras y los mecanismo del haber cinematográfico son los principios de la construcción de este film que es, básicamente, una larga conversación entre dos personajes: un analista atento y un realizador al borde del vacío de la depresión, que ve solo oscuridad en el mundo y tinieblas en su oficio y que además no tiene reglas del espacio aparentes: las “sesión del diván” suceden en distintos lugares, sin que ninguno de los personajes se mueva, conformando un viaje por los espacios que motivan al director, en este caso los espacios en Paraguay.

El film es entonces una carta abierta que funciona como manifiesto de las posturas del cine de Heinz Emigholz, donde su principal apunte es a la relación de la cámara con lo filmado, “La cámara no es el ojo, como dicen muchos. La cámara es un lenguaje en sí mismo, es como otra persona en la conversación”, afirma el director que revisa sus pensamientos durante toda la película.

Termina la película: la experiencia respira un halo de revisión al cine desde la oscuridad y los adjetivos que aparecen para describir esa experiencia son, tal vez, críptica, rigurosa, tediosa. Es un rompecabezas con piezas pérdidas para siempre.

La charla, moderada por el otro actor de la película, Jonathan Perel (que es a su vez un director de cine argentino), tiene el mismo tinte que la película: elucubraciones de pensamiento alejadas de la orilla tradicional, pero rellenas de una apasionada reflexión entre las fronteras del cine. El público permanece un poco callado y Perel motiva la conversación, permitiendo que el director cuente sobre su trabajo con la arquitectura y la sensación de tensión permanente que esta le transmite y que le proporciona una necesidad de traducir eso espacios para otros, afirmando que, como los edificios, su película está construida por capas (unas casi indescifrables) y llenas de distintos significados y propósitos, “no deberían existir films con un solo significado o sensación, todo debería ser complicado, lleno de ideas, como pasa en la vida” afirma.  En aquella conversación aparece también una implícita preocupación que tenía el director, preguntándole al público si habían visto o leído la película, esto porque, como en la película nunca se deja de hablar, el ojo tenía que priorizar. “Nunca la había visto con subtítulos y supongo que es un riesgo que tenía que tomar” dijo también Emigholz, esperando que lo que sienta más la gente sean sus meticulosos encuadres que, considera él, están llenos de las tensiones que a él más le interesaban y más quería transmitir.

Al final, el director se despide invitándonos a terminar la conversación con sus otras películas en el festival (Bickels [Socialism]2+2=22 [The Alphabet] y Dieste [Uruguay]) que, dice él, son una continuación de las preocupaciones que maneja como artista y de las películas que en Streetscapes [Dialogue] son comentadas.

 

Pablo Roldán, Colombia

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