El sexo también es cosa de mujeres: sobre The Diary of a Teenage Girl, John From y Boi Neon. Nota por Iván Zgaib

Jun 18, 2018

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Competencia Oficial Internacional BAFICI 2016

Al igual que muchas heroínas y antihéroes que aparecen en las pantallas del BAFICI, la protagonista de John From (el nuevo film de João Nicolau) es otra joven sacudida por los dramas y desventuras de la adolescencia. Rita tiene 15 años y está aburrida por la monotonía del verano; en medio de aquella rutina que oscila entre mirar televisión y tomar sol junto a su amiga, la única posibilidad de abrazar algún cambio parece venir del deseo que le despierta un vecino mucho más grande que ella.

La primera mitad de la película asume una aproximación casi realista, donde los planos detenidos parecen retratar de manera genuina cierta experiencia femenina y adolescente. En aquel comienzo, las palabras de la protagonista no informan demasiado acerca de su estado de ánimo, sino que es la cámara de Nicolau la que se posa sobre sus criaturas para llevar adelante un registro que cruza dimensiones emocionales y experienciales: como espectadores, somos testigos de sus paseos por la ciudad, de los códigos y jergas que conjuga con su amiga, de las miradas sugerentes que le lanza a los hombres, de la música y los bailes que van trazando una imagen de su entorno.

Esta construcción lograda del universo de Rita comienza a trastabillarse cuando la película cambia de rumbo y de tono bruscamente, asumiendo una narración entre fantástica y onírica. Para ese entonces, el giro se produce de manera tan abrupta que da lugar a un desarrollo irregular de la historia: lo que en principio parecía ser un retrato sensible acerca del despertar sexual femenino se convierte en un desvarío delirante que no termina de integrarse al mundo presentado inicialmente en la película. Cuando el deseo sexual se funde en la lógica de una representación fantasiosa, el film de Nicolau genera resultados inesperados como la exotización de las culturas de Melanesia, donde la aparición de un pavo real en medio de la calle parece ser semejante a un hombre negro con plumas que cae (literalmente) del cielo.

Esa búsqueda cinematográfica que funde el deseo sexual con el mundo de los sueños recuerda inmediatamente a otra película que figura en el BAFICI, y que sale mucho más victoriosa de aquel desafío narrativo. Quizás la pulsión desvergonzada que mueve a The Diary of a Teenage Girl se deba a que su directora es efectivamente una mujer, pero lo cierto es que se trata de una comedia con escenas donde el deseo sexual se muestra crudamente como no suele suceder en el cine narrativo norteamericano. Si bien peca de algunos males que ha perpetuado la maquinaria hollywoodense (la escena final se despide, por ejemplo, bajo la forma de una moraleja), el film de Marielle Heller encuentra su mayor potencia en la mirada sobre su protagonista. Minnie es otra adolescente de 15 años que intenta sostener su vida mientras el deseo sexual parece bombearle el cuerpo de manera casi involuntaria, y por ello, incontrolable. La pasión que siente por hacer dibujos queda (narrativa y estéticamente) unida al amor por el sexo y los hombres, habilitando secuencias donde la animación interviene la imagen. En algún momento, unas alas de pájaro se dibujan sobre el cuerpo de la protagonista y la hacen volar por encima del suelo, una señal más de que sus fantasías sexuales y amorosas son tan poderosas como los hechos que acontecen en la realidad.

El retrato que Heller lleva adelante suele ser extraño y valioso, ya que logra abordar la sexualidad femenina sin ninguno de los estereotipos opresivos que operan comúnmente en la cultura y en el cine. El deseo sexual de Minnie adquiere allí un carácter tan desbordante que se vuelve al mismo tiempo cómico y conmovedor, una hazaña que se sostiene sin nunca juzgar las decisiones que toma la protagonista. Se trata, en cierto sentido, de una característica que no se construye únicamente a nivel narrativo. A veces, hace falta sólo una imagen que parece alzar a gritos el espíritu de todo el film: hay entonces un plano en el cual la cámara se asoma sobre Minnie mientras tiene sexo con un compañero de la escuela. Ella lo da vuelta sin pedir permiso; comanda la situación de manera directa y se pone encima del chico. En aquel instante, la joven comienza a moverse y toma control del acto sexual de una forma que rompe con el imaginario social y cinematográfico más machista.

El plano de Minnie apropiándose de su pulsión libidinal hace ecos sobre otros rincones de la programación del BAFICI, y reaparece en un film tan distinto como Boi Neon, de Gabriel Mascaro. Allí, los roles de género más tradicionales se invierten desde los mismos personajes que habitan el relato. En su aspecto más evidente, Iremar es un hombre que trabaja preparando toros en los rodeos del noroeste brasileño, pero que quiere dedicarse al diseño de moda. El trastocamiento de géneros trasciende lo narrativo y termina de afirmarse desde su costado más visual, a través de las formas en que Mascaro filma los cuerpos de los hombres y las mujeres. La fijación de la mirada sobre las figuras masculinas, por un lado, genera una serie de retratos que no son comunes por fuera de la línea del cine queer: en Boi Neon, el protagonista se pasea semidesnudo por el campo y Mascaro está allí para capturarlo. En una escena que casi no parece tener ninguna función narrativa, la cámara permanece detenida en el espacio donde un grupo de trabajadores rurales toma un baño.

Este registro sobre el cuerpo de los hombres tiene correlación con el modo en que las mujeres y su sexualidad ingresan a la película. Un plano general, por ejemplo, se enfoca sobre los alrededores de un establo y compone la imagen desde dos extremos. En una punta, los animales comen tranquilamente. Un poco más allá, una mujer parada levanta las piernas mientras recibe sexo oral de un hombre. Así emerge una inversión de los términos más tradicionales en torno a los roles sexuales y se posiciona al personaje femenino en una situación de placer que se profundiza aún más hacia el final de la película. Cuando este momento llega, una mujer embarazada está teniendo sexo con Iremar; él permanece acostado mientras ella se le sienta encima y comienza a moverse. La cámara permanece fija y los encuadra a ambos, pero la oscuridad del ambiente casi borra a Iremar entre las sombras. Ella, por el contrario, recibe un haz de luz que cae encima de su rostro y del contorno de su cuerpo. La atención queda puesta casi por completo en el placer femenino, y al igual que la imagen de Minnie en The Diary of a Teenage Girl, ubica a las mujeres en un rol sexual activo. En aquellos planos, por unos minutos, la representación femenina se ha escapado de los regímenes visuales que las convierten en simples objetos.

Iván Zgaib, Argentina

 

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