“El agua como metáfora” Sobre El botón de nácar, de Patricio Guzmán. Nota por Libertad Gills

Jun 15, 2018

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“Chile es un país para enrollar”, dijo Patricio Guzmán, en el estreno argentino de su último documental, El botón de nácar (premio al mejor guión en el Festival de Berlín). Para ilustrar esta idea, una artista, convocada por Guzmán, dibuja un mapa de Chile; finito y largo, que necesita ser desenrollado cuidadosamente por un grupo de jóvenes ayudantes. (Que sean jóvenes es más que un detalle; es intencional, pues para Guzmán cualquier esperanza de cambio sucede en las escuelas y a través de la educación.)

Si Chile es un país para enrollar, Guzmán es uno de sus cartógrafos más importantes. Hace décadas que observa de cerca las particularidades más problemáticas de su país y las muestra a sus compatriotas. En su última obra, Guzmán argumenta que Chile “es un país que vive de espaldas a su elemento más importante”: el mar. Se pregunta por qué el mar ha sido negado de tal manera en Chile. ¿Qué significado tiene el mar? ¿Qué secretos oculta? Guzmán responde a estas preguntas abstractas con el lenguaje metafórico que solo el cine, en su combinación de imagen y sonido, hace posible.

Técnicamente el film es impecable. La imagen merece una sala IMAX (me encantaría ver la película en este formato). El diseño y la mezcla de sonido son dignos de ser estudiados de forma exclusiva. Es principalmente a través del meticuloso trabajo sonoro que Guzmán reflexiona sobre el tema central de investigación y transmite su perspectiva desde el inicio de la película hasta el final.

El film empieza con un primer plano de un cubo de cuarzo sobre fondo negro. Pensé inmediatamente en un cubo de hielo (luego, el termina con esto), no solo por su textura pero por los sonidos acuáticos que lo acompañan. La voz en off de Guzmán explica que el cuarzo tiene 3000 años y contiene una gota de agua. Desde el principio, Guzmán nos invita a escuchar el sonido del agua, un elemento que solemos ignorar y que sin embargo, es indudablemente el más importante de la vida. Con la imagen de cuarzo y el sonido del agua, Guzmán crea un contraste cuyo efecto es misterio y asombro. Nos sentimos dentro del cuarzo, observando la inmensidad del universo desde un espacio increíblemente pequeño.

Para los pueblos originarios, nos cuenta un antropólogo llamado Claudio, todas las piedras, las plantas y animales tienen su propia voz o canto. Claudio, un personaje que encajaría perfectamente en un documental de Werner Herzog, imita los sonidos del agua, los cuales Guzmán contrapone con imágenes de un río. Luego conocemos a una mujer de la etnia Kawésqar, uno de los pueblos originarios del sur de Chile y Argentina, prácticamente exterminado por los colonizadores y la “asimilación” cultural. Guzmán, quien parece tener una relación muy cercana con ella, le pide que cuente la historia de su viaje por el océano, en su idioma nativo. Al principio, las palabras empiezan a salir como gotas de un grifo pegando contra un superficie: suenan como palabras sueltas, duras, sin contexto, porque no las podemos entender. Seguimos escuchando y las palabras adquieren nuevas formas. Cuando empezamos a entender el sonido y el ritmo que tiene el lenguaje Kawésqar –un ejercicio que solo ocurre porque Guzmán nos está obligando a realmente escuchar el idioma (que hemos ignorado hasta ahora)- las palabras empiezan a fluir como el agua que corre por un río con lecho de piedras. El sonido del Kawésqar no es tan distinto del canto de Claudio. A través de la asociación que causan las imágenes y el sonido, entendemos que si el agua tuviera voz propia, su lenguaje sería el Kawésqar. Si el agua nos comunicara algo entonces, sería la historia de genocidio de los pueblos originarios.

Guzmán no se detiene allí. Su historia viaja del pasado al presente, conectando con una fuerza brutal (investigativa, artística, autoral) el genocidio de los indígenas de nuestros países con los desaparecidos de las dictaduras militares de los ’70 -algunos de los cuales fueron drogados y lanzados al mar. Los desparecidos “fueron víctimas de una violencia que ya conocían los indígenas”, dice uno de los interlocutores. Guzmán nos fuerza a pensar en algo muy abstracto, sí, y también muy serio: ¿Si hubiéramos tomado el tiempo para oír el sonido del agua, hubiéramos sido capaces de oír el dolor de los pueblos originarios y, tal vez, habríamos evitado que la historia se repita?

El documental posee un ritmo y una estructura musical, determinados principalmente por el montaje y el sonido. Tras la intervención en Kawésqar, el filme levanta viento, entrando en un crescendo sostenido hasta el final. La presencia del director y su confianza en sí mismo como artista y comunicador de ideas tienen una fuerza arrolladora. Pocos directores poseen esta característica, Chris Marker sería otro, con, por ejemplo, su obra maestra Las estatuas también mueren (1953). Este ensayo etnográfico analiza cómo el pensamiento colonial ha puesto al arte africano en un espacio en el que le niega su poder esencial. (Se cuenta que Marker después de ver la primera película de Guzmán, le regaló cinta para que filmara su próximo film, La batalla de Chile, 1976. El apoyo de Marker fue instrumental en la carrera de Guzmán.)

Después de la proyección en el Village Recoleta, como no se había anunciado la presencia de Guzmán, varios espectadores salieron de la sala. Regresaron apresuradamente cuando Guzmán, micrófono en mano, sugirió: “Podemos conversar un rato”. El público le respondió con un fuerte aplauso. No cabe duda de que El botón de nácar dará para pensar y hablar por largo rato.

Libertad Gills, Ecuador

Cineasta y productora independiente, formada por Wesleyan University (EE.UU.) con maestría en Antropología Visual de FLACSO-Ecuador. Sus filmes han sido exhibidos en festivales internacionales incluyendo el Short Film Corner de Cannes Festival, Festival Internacional de Cine de Cartagena, Festival de Cine La Orquídea, y el Festival Cortópolis. En 2012 recibió el Premio Mariano Aguilera para Investigación y Creación Artística por su documental Comuna Engabao. Actualmente, trabaja como productora de DOCTV Latinoamérica. Su corto “Una diversión curiosa”, realizado durante el Taller Filmando con Abbas Kiarostami en Colombia, ganó Prix du Public por mejor cortometraje en el Panorama de Cine Colombiano de París. Escribe regularmente por la revista cultural Cartón Piedra (diario El Telégrafo).

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