“Cómo mirar desde el silencio”Sobre The Look of Silence, de Joshua Oppenheimer nota por Eduardo Marún

Jun 15, 2018

blogger

TalentsBA

0

 

“No es la poesía lo que es imposible después de Auschwitz, sino más bien la prosa” (Slavoj Zizek)

Suele creerse que no habrá forma de crear un relato que de, al menos, cierta idea del horror. Esta afirmación nos coloca en la única posibilidad, ciertamente cómoda, de no —intentar— comprender aquello que nos dijeron era incomprensible. Pero quizás el relato no sólo pertenezca a los buenos. Así, Joshua Oppenheimer parece descreer de la sentencia de Zizek, y sabe que intentar construir por sus únicos medios una representación del genocidio de comunistas en la Indonesia de los sesenta llevará, posiblemente, a un callejón de indignación, suma tristeza y shock. En The Look of Silence Adi, un joven oftalmólogo, será quien vaya a buscar el relato en los ciudadanos que participaron activamente de la masacre luego devenidos “ilustres” vecinos, incluso héroes. El genocidio pasó, pero el discurso sigue ahí, incrustado en la ahora débil memoria y temblorosa mandíbula de los viejos asesinos. Mientras mide su disminución visual, con asombrosa e inquietante templanza, Adi interroga a los asesinos; no para evidenciar su condición de tal, la cual nadie pretende ocultar, sino que en ese volver al relato de cómo eran que ejecutaban los asesinatos, poder encontrar un atisbo de humanidad a través de esencialmente la misma pregunta:“¿está arrepentido?”. Situación que se repetirá frustradamente a lo largo del film, en donde uno como espectador intentará buscar alguna respuesta en esos ojos que más de una vez insinuarán una posible lagrima que no vendrá.

Si Nicolas Klotz en su magistral film La cuestión humana (2007) representó, en un marco actual, a un mero empleado de recursos humanos que durante el proceso de selección laboral puede disociar su trabajo con cualquier reflexión moral; Oppenheimer demuestra que aun pasados largos años desde la perpetración del genocidio, cada vez que los entrevistados tienen la posibilidad de arrepentirse luego de las reiteradas preguntas de Adi, sólo pueden confirmar su banalidad a través de tristes sonrisas y salidas patéticas que llegan a inimaginables puntos, tales como que el beber la sangre de sus víctimas fue la solución para su mantención psíquica a lo largo de los años.

Tan pasivo como audaz, el director texano, en uno de los planos iniciales del film, decide presentarnos por primera vez a Adi observando, sentado y volcado hacia delante, apoyando sus codos en ambas rodillas y sosteniendo su pera con las manos, como un espectador atento y paciente, escuchando las atroces “proezas” de algunos de los asesinos. Y así, en esa pose de mirada silenciosa, se crea algo comprometido y comprometedor: ambos somos espectadores de una maldad que parece no tener límites; encontrando esa maldad, además, la facilidad en las palabras para ser dicha. Lo que nosotros espectadores podemos apenas observar, ellos pueden decir.

Pero lejos está de ser para quien escribe The Look of Silence una rendición frente a los generadores del horror, una dejada voluntad de entregarles la prosa. A medida que avanzan los planos, la cinta se transforma sigilosa y progresivamente en una batalla por el relato. Así como uno de los victimarios fue capaz de concebir un libro en donde explica de manera detallada e ilustrada cada tortura realizada —en donde la familia entera escapa y omite cualquier reflexión—, Oppenheimer espera cautivo y detrás de cámara para que la batalla se dé en esos cortos pero largos silencios, en esos rostros que reprimen humanidad pero expresan la falta de paz. Algo que podría haber logrado —erróneamente quizás— por medio de, por ejemplo, un montaje paralelo, inserts de archivo, o intertítulos. Joshua no reacciona ni siquiera cuando es interpelado directamente por alguno de los entrevistados, como una forma de declarar en silencio. De esta manera, en una de las secuencias claves del film, la imposición de un relato que realiza un maestro con sus alumnos de cómo era y es la esencia maldita de los comunistas, demuestra la necesidad incansable de pelear por el relato pero, paradójicamente, desde lo callado. Es que Oppenheimer puede que entregue la palabra, pero no el silencio.

En The Look of Silence hay una proximidad con los victimarios que no intenta la intención utópica y psicologista de comprender a ese otro, sino que es una cercanía con distancia. En donde a Adi responde paciente a la explicación minuciosa del relato sobre la tortura y muerte de su hermano que le dan sus asesinos; hasta es capaz de besar la frente de un viejo asesino, sólo porque su hija le pide que lo perdone. Lejos de la postura facilista del perdón, el último filme de Oppenheimer logra una no imposición de un relato, a través de las miradas, los silencios, los tiempos, las víctimas y victimarios, para que el espectador tenga la posible libertad de construir su propia narración, extraída del silencio y del horror.

Eduardo Marún, Argentina

De pequeño, el cine siempre ha sido una de las salidas familiares más recurrentes: mis padres nos dejaban en alguno de los cines de calle Lavalle, y nos buscaban a la salida. O, cuando la edad lo permitía, lo compartíamos todos. Pero también era, y es, recurrente el hablar sobre cine en la mesa. Debo admitir que el cine es como una herencia adelantada.
Luego, de adolescente, paso a ser cosa de todas las semanas, hasta convertirse en algo de todos los días, no solo de ver, sino de pensar en cine, hablar de cine, y todas las posibilidades que este implica.
Ya de grande, he podido recibirme y dedicarme parcialmente al cine. Sin duda el cine es para mí un hecho existencial, vertebrador, es por eso que no puedo escindirlo de mis otras cotidianidades.

Post by Blogger

Comments are closed.