Crítica de Sebastián Rosal sobre la película Mauro, de Hernán Rosselli

May 14, 2018

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Mauro

Hay películas buenas, excelentes y malas. Hay otras imprescindibles o descartables. Mauro es una película necesaria dentro del panorama amorfo del cine argentino actual. Lo es por más de una razón. En principio por insertarse en una corriente de cine y en un espacio geográfico poco transitados que, a falta de otro nombre, podría denominarse cine suburbano sureño, o algo por el estilo. Una línea que probablemente haya inaugurado Bonanza de Rosell, y que hoy se continúa en la obra de Campusano. No es un dato menor: los porteños suelen ver el conurbano como una masa indiferenciada y peligrosa, y desdeñan o ignoran el sentido de pertenencia que los habitantes de las distintas zonas tienen con su pago chico. En el mejor de los casos pueden hacer diferenciaciones esquemáticas entre zonas pudientes, medias o pobres. Pero lo cierto es que hay otros factores, más sutiles quizás (dialectos apenas diferenciados, la música que se escucha), que marcan semejanzas o diferencias y que operan en el asunto.  No es lo mismo ser de Olivos, de Merlo o de Llavallol. Y no es lo mismo vivir de un lado o del otro de la estación. Como la productora de la película, es resentimiento de provincia por la perpetua exclusión. Pero también es re-sentimiento de apego por un espacio que se siente propio. Mauro es una película del sur, y probablemente no podría serlo de ningún otro lado.

Mauro, el personaje, es un treintañero con un pasado familiar y personal complicado, que incluye el consumo de drogas, un padre muerto y una madre un tanto loca, que quiere a su hijo pero que le provee de ansiolíticos para poder dormir por la noche. Tiene dos trabajos: el legal, que apenas le brinda una subsistencia oscura, es la herrería, que comparte con sus amigos heavy-metal. El otro es una pequeña empresa montada con un amigo y su esposa que se dedica a falsificar billetes. En ese trabajo escindido  está el espejo de  la fractura social que, en las últimas décadas, llevó a un vasto sector de la población a ir haciendo de sus vidas apenas una lucha constante por la supervivencia y poco más.  Allí está otro hallazgo del film de Rosselli: no son los retratados habituales del cine argentino, y al enfocarse en ellos, la película instaura un pequeño acto de revancha. Aquellos para los que la posibilidad del ascenso social, de una vida mejor, pareciera estar obturada por las vías tradicionales. En los márgenes geográficos  solo se crece por fuera de la legalidad. Si habrá gesta, no será heroica, y puesto a elegir entre  los billetes falsos  y el amor, Mauro terminará eligiendo lo primero.

Sin embargo, la sordidez del ambiente está equilibrada por la forma en la que está tratada. Es un relato seco, áspero como los temas de su banda heavy amiga, pero hay un cariño evidente puesto en los personajes, que hace que nos identifiquemos con ellos. Mauro es querible en su parquedad, apenas olvidada cuando hay alguna cerveza de más o cuando suena Cacho Castaña en el equipo de música.  Y, finalmente, hay una vocación narrativa que no cesa, que termina convirtiendo a Mauro en una historia sobre los que habiendo perdido casi todo no dejan de renovar la apuesta.

Sebastián Rosal, Argentina

Nació en Córdoba, en 1973. Licenciado en Artes, orientación Artes Combinadas, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En dicho ámbito, fueron publicadas sus investigaciones sobre el cine de Richard Linklater y Wim Wenders. Se especializa en el estudio del cine contemporáneo. Es miembro del equipo de redactores de la publicación on line de cine “Marienbad. Revista de Cine”, y colaborador en “hambre. Espacio cine experimental”. Asimismo, es programador del Festival EPA cine que este año llega a su 3era edición.  Fuera del cine, ha sido miembro de diversas agrupaciones musicales dedicadas a géneros populares (jazz, tango, rock).

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