#BAFICI2017: Bitácoras (3), por Andrés D’Avenia

Perdés la noción del tiempo.

Van dos días y sentís que ya pasó una semana.

Volvés al hostel y comenzás a entreverarte caras con nombres con países con orígenes con historias con proyectos.

Entonces te entusiasmás, te embalás.

Querés saberlo todo, preguntar, que no te quede nadie por conocer.

Es verdad, te queda la cabeza un poco embotada y te dormís pensando y tratando de recordarlo todo.

Y hablás de política. No paramos de hablar de política. Y hasta cuando me quiero acordar estoy parado en medio de una concentración en la puerta del Gaumont. Uno siente que Latinoamérica arde y que esto te ayuda a entenderla, dialogando con los demás que la viven desde lugares tan distintos al de uno.

Entonces te sentís más cerca. Disminuye la ajenidad con el otro. Y eso te hace feliz.

Es como el primer beso.

Intenso, eterno y con mil palpitaciones por segundo.

Así quedé, al menos la primera noche, la primera vez.

Porque también es la primera vez en el BAFICI. En un festival así de grande. Y entonces tenés que aprender: aprender a planificar, a hacerte un cronograma con lo que querés ver y con lo que debés hacer, a que las entradas se acaban rápidamente, a qué no podés estar en todo, a que hay que elegir y priorizar.

“Estás aprendiendo”, te repetís una y otra vez. Como con el primer amor.

Grande. Grande como te sentiste la primera vez que viniste a Buenos Aires, tenías 19 años y por fin viajabas sin la familia. Un par de amigos y una ciudad que no paraba. Que hablaba distintos castellanos, que gritaba, que abría sus bares un domingo de noche, que tenía una cervecería alemana en una esquina a la que nunca lograste volver (sí, de Alemania posta), que te dejaba ver a Iñaki Urlezaga en el gallinero del teatro Colón por dos pesos (literalmente).

Tantas formas de hablar el español como estás escuchando ahora, cuando tus compañeros pasan por el 1×1 o por cada cerveza que compartís.

Diez años después me acordé de todo eso. (¿Qué me acordaré dentro de 10 años? ¿Dónde estaremos y cómo nos cruzaremos?).

Es que así me sentía un poco en el BAFICI. Entre maravillado y perdido.

Maravillado como con Joâo Moreira Salles. Igualito. Que aunque fuera la segunda vez que iba a una clase suya, quería retener todo lo que decía. Todito. Hasta la última coma. Sus ideas, sensibilidades, inquietudes, preocupaciones. Hasta sus contradicciones (qué atrevido que puede ser uno).

Y así pasaron… ¿dos días? Es que perdés la cuenta, como cuando estás de vacaciones en la playa.

En realidad van tres. Hoy, el día bisagra, ese en el que aflojás un poco para tomar impulso y cargar las energías. Es que apenas pasamos la mitad. Como si el tiempo fuera medible, como si el tiempo no fuera relativo y subjetivo. Como el cine, como nuestras realidades y nuestro continente: relativo y subjetivo. Capaz que lo único que no lo sea es el hecho de que estamos aquí y ahora. No intenso agora. En el intenso ahora.

Andrés D’Avenia, jueves a las 21.01

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